Hubo un tiempo en que viajar era una excepción.
Un acontecimiento que se esperaba durante meses, tal vez años. Cuando llegaba el momento, se abría el baúl de la ropa especial: vestidos impecables, camisas almidonadas, zapatos lustrados. Y si el viaje era en avión, la elegancia era casi una norma tácita: se viajaba como quien asiste a una ocasión de gala.
Se viajaba una vez al año, con valijas que acompañaban aventuras largas, de meses. Los destinos eran pocos pero significativos, y el viaje en sí era parte del lujo. Tampoco viajaba todo el mundo, sino los que más posibilidades tenían al llevar una vida acomodada. La clase media no podía darse el lujo de planificar una travesía a Europa, por ejemplo. Tampoco existía el trabajo remoto.
Hoy, todo cambió. Viajar dejó de ser una excepción para convertirse en un estilo de vida. Las escapadas son más cortas, más frecuentes y más diversas. Se viaja por trabajo, por placer, por estudio, por desconexión o por inspiración. Cada vez más se suman excusas de todo tipo que ameritan viajar: un tour gastronómico, ver la floración de los cerezos, observar las auroras boreales, correr un maratón, asistir a un concierto, celebrar una despedida de soltero, reunirse con amigas… Ya no es solo el destino, sino qué vamos a hacer allí, la experiencia que no nos queremos perder. El aeropuerto se volvió una segunda casa y las rutas, un escenario cotidiano.
Este nuevo modo de viajar también transformó la forma de vestirnos y, sobre todo, la manera de elegir nuestro equipaje. Hoy cada persona tiene una preferencia clara: hay quienes no negocian su valija de mano perfecta, lista para acompañarlos en cualquier vuelo; otros no se imaginan viajando sin su mochila ideal, que les permita moverse con total libertad. Y no se trata de cualquier modelo: se busca, se compara y se elige hasta encontrar esa pieza que no solo sea práctica, sino que también represente quiénes somos al viajar. No volvimos tan cancheros para viajar que sabemos de antemano cómo optimizar espacio y peso del equipaje. Sabemos lo que queremos porque sabemos cómo viajar mejor.
Así es como la elegancia fue desplazada por la comodidad absoluta tanto dentro como fuera del avión. No queremos perdernos de nada y para eso hay que exprimir el día caminando, explorando, sintiendo; la ropa y los accesorios deben estar listos para acompañar este ritmo. Livianos, funcionales, atemporales y con la calidad necesaria para convertirse en aliados de cada kilómetro recorrido. Porque para quienes adoptaron el viaje como parte de su vida, el equipaje y lo que llevamos dentro ya no son un detalle decorativo: son parte de nuestra identidad.